¡Tal día como hoy, menudo lío se armó por culpa de un tocino! Ya sabemos que en la Edad Media había cosas raras, pero lo que pasó aquel 13 de octubre de 1131 está en la lista de sucesos más insólitos de la historia, y todo gracias a un pobre cochino que tuvo la mala (y gorda) suerte de cruzarse en el camino equivocado. Bueno, para ser exactos, se cruzó en el camino del primogénito de Luis VI, el joven Felipe, mientras este cabalgaba con su caballo a toda velocidad. Resultado: el príncipe al suelo, golpe fatal, y fin de la línea directa al trono.
A partir de aquí, la historia no es precisamente alegre. Imagina a un rey roto por la pena. Luis VI, conocido como “el Gordo” (porque ya sabemos que la sutileza no era lo suyo), pasó cuatro días llorando como un niño. Y no es para menos, perder a un hijo debe ser uno de los peores dolores imaginables. Así que, el 17 de octubre, después de unos funerales con toda la pompa y boato de un Estado real, el buen Luis, todavía sumido en el dolor, se dijo: “Esto no puede volver a pasar. ¡Prohibidos los cerdos en París!”.
Sí, habéis leído bien. La primera medida que tomó Luis VI, en pleno duelo, fue prohibir a los tocinos pasearse por las calles de París. Y no es que los parisinos fueran muy aficionados a tener a sus cerditos de paseo por el Sena; no, lo que pasa es que, en la Edad Media, los cochinos campaban a sus anchas por la ciudad. Eran un desastre andante (o trotante) de higiene, pero a nadie le importaba mucho hasta que el marrano se convirtió en el asesino del heredero.
Eso sí, como en toda buena historia medieval, hay excepciones. ¿Adivináis quién se libró del edicto? Los tocinos de la abadía de Saint-Antoine, porque resulta que eran puercos bendecidos. Así, con designación divina y todo, esos privilegiados podían seguir paseando por las calles sin que nadie les dijera ni pío. En otras palabras: si eras un cerdo cualquiera, te echaban, pero si llevabas la etiqueta de “santo”, tenías pase libre.
Total, que por la culpa de un cerdo, Francia tuvo que lidiar con un edicto porcino. Felipe no recuperó la vida, pero al menos París se libró un poco del caos de cochinos en cada esquina. ¿Moraleja de esta historia? Cuando algo sale mal, siempre podemos culpar a los cerdos.
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