A principios de junio de 1808, la península Ibérica se encontraba en un estado de agitación y expectativa. Un mes había pasado desde las abdicaciones de Bayona, en las que Carlos IV, bajo la presión de Napoleón, había cedido la Corona de España al emperador francés. En un movimiento calculado y audaz, Napoleón veía ahora la oportunidad perfecta para formalizar la nueva dinastía que había planeado.
Determinado a evitar que el vacío de poder se prolongara, Napoleón convenció a su hermano José de renunciar a la Corona de Nápoles y asumir el trono español, presentándolo como un ascenso a una nación más grande y próspera. Napoleón, con su característico tono de superioridad, había publicado el 25 de mayo un manifiesto dirigido al pueblo español, prometiendo una era de renovación bajo la protección francesa: "Yo quiero que mi memoria llegue hasta vuestros últimos nietos y que exclaméis: 'Es el regenerador de nuestra patria'".
Sin embargo, la intención de Napoleón de colocar a José en el trono no fue completamente transparente en ese momento, pero la dirección del cambio estaba clara. Para legitimar esta transición, Napoleón movilizó al mariscal Murat y a la Junta de Gobierno para convocar en Bayona una representación estamental de la nación española. Esta asamblea, compuesta por ciento cincuenta hombres de la nobleza, el clero y el pueblo llano, tendría la tarea de analizar el sistema político y social de España y de exponer a los defensores del Antiguo Régimen, considerados los verdaderos culpables de los males de la nación.
Los conservadores españoles, aunque no del todo satisfechos con la idea de celebrar las sesiones en suelo francés, aceptaron participar con la esperanza de poner remedio a los problemas del país. En medio de estos preparativos, Napoleón proclamó de manera decisiva: "Napoleón, por la gracia de Dios, emperador de los franceses, rey de Italia, protector de la confederación del Rin, etc., etc., etc. A todos los que verán las presentes, salud". Este decreto oficializó la proclamación de José como rey de España y de las Indias, garantizando la independencia e integridad de sus estados en Europa, África, Asia y América.
El 6 de junio de 1808, la proclamación fue emitida desde el palacio imperial de Bayona. Pocos días después, el 20 de julio, José I Bonaparte llegó a Madrid, encontrándose con una realidad desafiante que describió en una carta a su hermano: "Enrique IV tenía un partido; Felipe IV, un competidor que combatir; y yo tengo por enemigo a una nación de doce millones de habitantes, bravos y exasperados hasta el extremo".
La llegada de José I a Madrid fue recibida con una mezcla de hostilidad y desconfianza por parte de la población española, que veía la imposición extranjera como una amenaza a su soberanía. Las esperanzas de Napoleón de instaurar una nueva dinastía en España chocaron con la férrea resistencia de un pueblo decidido a defender su independencia. Lo que se esperaba fuera el inicio de una era de renovación se convirtió rápidamente en el preludio de una lucha encarnizada por la libertad y la autodeterminación de la nación española.
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