Sócrates, reconocido como uno de los filósofos más grandes de la historia, era en realidad el hombre más detestado de Atenas. Fue acusado de maldad y de corromper a los jóvenes. El tribunal popular, Elia, lo condenó a beber cicuta, poniendo fin a una de las mentes más brillantes de la historia.
¿Pero por qué tanta controversia? Aparentemente, Sócrates no hacía nada peligroso: simplemente hacía preguntas y conversaba con cualquiera, ya fueran nobles, ciudadanos comunes o jóvenes. No obstante, sus preguntas, con su franqueza y sencillez, destruían las certezas de sus interlocutores, obligándolos a enfrentar el vacío de sus propias creencias y la incoherencia de sus razonamientos. Les enseñó a dudar.
Sócrates era un personaje demasiado incómodo debido a las dudas que sembraba. Tuvo el valor de desenmascarar a políticos corruptos y falsos maestros que, creyendo saberlo todo, difundían falsedades y conocimientos engañosos. Por esto fue condenado. Era una amenaza para el status quo, un peligro que debía ser eliminado.
Durante el juicio, Sócrates no quiso arrepentirse ni pedir clemencia. Se negó incluso a solicitar la ayuda de un orador, similar a lo que hoy serían nuestros abogados. ¿Por qué? Porque según Sócrates: "No puedes usar tu arte retórico jugando con palabras, encantando a la multitud, tal vez mintiendo, incluso si mi vida está en juego".
La inteligencia es incómoda, esto nos enseña el juicio contra Sócrates. Las masas desean ilusiones y no la verdad, quieren ser halagadas en pocas palabras. Los hombres inteligentes son avergonzados. Son prohibidos, aislados, despreciados, porque perturban el sueño de las masas, cuestionan la autoridad y revelan los engaños de las instituciones.
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