En el año 1474, la muerte de Enrique IV de Castilla desencadenó una serie de eventos que marcarían profundamente la historia de la Península Ibérica y la expansión europea en el Atlántico. A raíz de su fallecimiento, Alfonso V de Portugal contrajo matrimonio con su sobrina, Juana la Beltraneja, considerada la única hija del difunto rey castellano. Sin embargo, las dudas sobre la paternidad de Juana, debido a rumores que señalaban a Beltrán de la Cueva como su verdadero padre, añadieron controversia a la reclamación de Alfonso al trono de Castilla.
Determinados a defender sus derechos, Alfonso y Juana enfrentaron una feroz oposición militar que culminó en su derrota. En 1479, con la firma del Tratado de Alcaçovas, Alfonso renunció a sus pretensiones sobre Castilla. Este acuerdo no solo puso fin a las disputas peninsulares, sino que también delineó las esferas de influencia de Castilla y Portugal en el Atlántico sur: las tierras al sur de las Canarias, incluyendo Madeira y las Azores, quedarían bajo dominio portugués, mientras que Castilla conservaría el archipiélago canario.
No obstante, la paz duró poco. Con la ascensión de Juan II al trono portugués en 1481, las tensiones resurgieron. En 1493, tras el regreso de Cristóbal Colón de su primer viaje, Juan II reclamó las tierras descubiertas por el navegante genovés, argumentando que se encontraban al sur del paralelo de las Canarias, conforme a lo estipulado en Alcaçovas. Los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, previendo posibles conflictos, habían gestionado con el papa Alejandro VI una bula que les otorgaba derechos exclusivos para evangelizar y dominar todas las tierras descubiertas y por descubrir en el Nuevo Mundo.
El rey portugués consideró que esta bula favorecía injustamente a Castilla y propuso al pontífice una división equitativa de los territorios descubiertos entre las dos potencias ibéricas. Alejandro VI trazó una línea divisoria en el océano Atlántico, a cien leguas al oeste de las Azores y Cabo Verde. Según esta delimitación, las tierras al oeste de la línea serían para Castilla, y las al este, para Portugal.
Sin embargo, Portugal no quedó satisfecho con esta división inicial y continuó negociando con los Reyes Católicos. En 1494, se alcanzó un nuevo acuerdo: la línea divisoria se desplazaría a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. Este pacto, conocido como el Tratado de Tordesillas, fue firmado el 7 de junio de ese año en la localidad castellana del mismo nombre.
Así, se estableció una frontera marítima que definiría los dominios coloniales de las dos potencias: "todo lo que hasta aquí tenga hallado y descubierto y de aquí en adelante se hallare y descubriere por el dicho señor de Portugal y por sus navíos, así islas como tierra firme […] sea y quede y pertenezca a dicho señor rey de Portugal y a sus sucesores para siempre jamás. Y que todo lo otro, así islas como tierra firme, halladas y por hallar, descubiertas y por descubrir, que son o fueren halladas por los dichos señores rey y reina de Castilla y de Aragón, etc., y por sus navíos […] sea y quede y pertenezca a los dichos señores rey y reina de Castilla y de León [sic], etc., y a sus sucesores para siempre jamás."
Este tratado no solo resolvió temporalmente las disputas entre Castilla y Portugal, sino que también sentó las bases para la expansión y la colonización europea en el Nuevo Mundo, marcando el inicio de una nueva era de exploración y conquista.
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