Hoy, 8 de mayo de 589, se ha escrito un nuevo capítulo en la historia del reino visigodo de Toledo. El monarca, Recaredo, ha tomado una decisión trascendental: renunciar al arrianismo, la tradicional creencia de su estirpe, y abrazar el catolicismo como la religión oficial de sus dominios.
Recaredo, continuador de la obra de su padre, Leovigildo, ha demostrado su valía desde temprana edad. A los dieciocho años, triunfó en la conquista de la Oróspeda, una región que hoy abarcaría las provincias de Alicante, Murcia, Albacete y Jaén. Sin embargo, al acceder al trono, se encontró con un problema crucial: mientras los dominantes visigodos eran arrianos, la mayoría de la población sometida era católica. Esta disparidad dificultaba la unidad social del reino.
La influencia de san Leandro, arzobispo de Sevilla, y la conveniencia política llevaron a Recaredo a tomar una decisión histórica en marzo de 587: abrazar la fe católica. Aunque la resistencia fue escasa, no todos los sectores de la aristocracia visigoda aceptaron su elección.
En el III Concilio de Toledo, convocado en esta misma fecha, Recaredo oficialmente renunció a las doctrinas de Arrio y profesó la fe católica junto a su esposa y diversos nobles y obispos visigodos. La unidad religiosa del reino de Toledo se convirtió en un hecho irrefutable. Además, Recaredo reforzó su poder real al sacralizarlo.
Bajo la dirección de san Leandro y del propio monarca, el Concilio aprobó cánones que afectaban tanto a cuestiones eclesiásticas como seculares. La gestión de los funcionarios públicos quedó bajo la supervisión de los obispos, que ejercerían esta potestad mediante concilios provinciales anuales. Para reforzar las decisiones de la asamblea, el monarca emitió un edicto que otorgaba rango de ley civil a los cánones aprobados.
Así, la conversión de Recaredo marcó un hito en la historia de España, sentando las bases de la futura relación entre Iglesia y Estado que perduraría durante muchos siglos.
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