En un momento crucial de la historia de España, tras la muerte de Carlos II, último monarca de la dinastía de los Austrias en nuestro país, se desató una encarnizada disputa por la sucesión al trono. Felipe de Anjou, conocido como Felipe V, fue elegido como nuevo rey, marcando así el inicio de la dinastía borbónica en España. Sin embargo, esta elección no fue aceptada por la mayoría de las potencias europeas, desencadenando la Guerra de Sucesión española (1701-1714).
En 1713, cuando el archiduque Carlos de Habsburgo, también pretendiente al trono español, fue coronado como rey del Sacro Imperio Romano Germánico, las demás potencias europeas reconocieron a Felipe V como rey de España. Este reconocimiento, en gran medida, tenía como objetivo contrarrestar el poder de los Habsburgo en la región.
Para asegurar la estabilidad de la corona y evitar futuras disputas sucesorias, Felipe V buscó introducir en España la lex sálica, una antigua ley que excluía a las mujeres de la línea sucesoria, con el fin de evitar el retorno de la casa de Habsburgo al trono. Aunque las Cortes reunidas en Madrid desde noviembre de 1712 lograron moderar la radicalidad de esta ley, finalmente accedieron a apartar a las mujeres de la sucesión, excepto en casos muy específicos donde no existiera un heredero varón en línea directa o colateral.
Este nuevo reglamento, que algunos han equiparado a la lex salica, fue derogado por las Cortes Generales en 1789 durante el reinado de Carlos IV. Sin embargo, su impacto se hizo sentir en los siglos posteriores, especialmente durante las guerras carlistas del siglo XIX, cuando Carlos María Isidro de Borbón utilizó esta ley para reclamar sus derechos al trono frente a Isabel II. Aunque en la práctica esta disposición limitaba considerablemente las posibilidades de que una mujer accediera al trono, el Nuevo Reglamento sobre la Sucesión fue un hito importante en la historia de España, marcando el inicio de una nueva era bajo la dinastía borbónica.
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