Primer viernes de mayo en Jaca

Bajo el manto de la esperanza, al alba del primer viernes de mayo del año 758, la fortaleza de Jaca se veía asediada por las vastas huestes del Califato Omeya. Al mando de Abderramán, estas tropas anhelaban tomar la crucial ciudad de los Pirineos, un bastión esencial para afianzar su poder en la península.

En contraposición, tras los robustos muros, el Conde Aznar Galíndez, junto a un puñado de aguerridos combatientes cristianos, se disponía a salvaguardar su amada tierra. Frente a la imponente amenaza, la determinación del Conde y su tropa era inquebrantable, encendidos por la fe divina, el patriotismo y el legado de sus antepasados.

Con el despuntar del día, las murallas de Jaca se tiñeron con la sangre del combate, mientras las fuerzas musulmanas emprendían un violento asalto. Los defensores, con valor insuperable, repelían cada embestida. El estruendo del acero, los clamores de guerra y el estrépito de las máquinas de asedio llenaban el aire, sumiendo el valle en un estado de conmoción y pavor. En el corazón de la refriega, Aznar Galíndez, blandiendo su espada, se alzaba imponente como un león, infundiendo ánimo en sus filas y sembrando desasosiego en el adversario. Su arrojo y liderazgo constituían el pilar de la resistencia.

La contienda se extendió por horas, con ambas facciones entregadas a una lucha encarnizada. No obstante, cuando parecía que los cristianos flaqueaban, un giro inesperado marcó el destino del enfrentamiento. Las mujeres de Jaca, armadas con lo que tenían a mano y movidas por el amor a sus seres queridos y su hogar, irrumpieron en el campo de batalla desde las alturas. Desconcertados y sobrecogidos por tal aparición, los musulmanes creyeron enfrentarse a refuerzos y optaron por la retirada.

El Conde y sus guerreros, agotados mas triunfantes, persiguieron a los invasores, liberando las tierras de Jaca de su presencia. Este triunfo resonó como un canto de esperanza y desafío al opresor en toda la comarca. Aznar Galíndez, ensalzado como héroe por su gente, se erigió en leyenda, su nombre inmortalizado en los anales de Jaca y Aragón. Su hazaña se convirtió en fuente de inspiración para las futuras generaciones, instándolas a defender con bravura su libertad y creencias.

La batalla de aquel Primer Viernes de Mayo no solo representó un hito militar, sino que también se erigió como emblema de la identidad cultural y espiritual de Jaca y Aragón. La festividad del Primer Viernes de Mayo, celebrada anualmente, honra este episodio heroico y perpetúa el recuerdo del valor del Conde Aznar Galíndez y su pueblo.

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