19 de julio (1808). Batalla de Bailén

Ah, la épica epopeya de la Guerra de Independencia Española, digna de un guion de película de acción... o de una comedia de enredos. En las pintorescas cercanías de Despeñaperros, ese rincón que conecta Andalucía con Castilla, se libró una batalla crucial que más bien parecía un concurso de errores.

El experimentado general francés Pierre Dupont, un tipo que pensaba que catorce mil hombres curtidos en batallas napoleónicas eran más que suficientes, se lanzó a la aventura. Siguiendo las órdenes del emperador de ir a Cádiz a proteger su flota, Dupont dejó Toledo en mayo, como quien va a una excursión escolar, dejando guarniciones por todas partes (¡Manzanares, Valdepeñas, la gira completa!). A principios de junio llegó a Andújar, sin saber que la cosa se iba a poner peliaguda.

Mientras tanto, en Sevilla, el levantamiento andaluz del 26 de mayo había puesto al mando al general madrileño Francisco Javier Castaños. El pobre teniente coronel Echavarri, con sus quince mil voluntarios, intentó defender Córdoba, pero los franceses se lo tomaron como un entrenamiento y saquearon la ciudad como si fuera el Black Friday, lo cual provocó un levantamiento general en el valle del Guadalquivir y Sierra Morena. Castaños, cual director de orquesta, reorganizó sus fuerzas en Carmona y Utrera, y en Granada se formó un ejército bajo el mando del suizo Teodoro Reding, porque ¿por qué no añadir un suizo a la mezcla?

Dupont, en Córdoba, se enteró de que su flota en Cádiz había tirado la toalla. Comprendió, en un momento de revelación, que avanzar temerariamente en Andalucía había sido una idea digna de un cómic. Sin suministros y con la tropa más enferma que en una novela de Stephen King, Dupont se retiró hacia Andújar, siendo acosado por los españoles como si fueran paparazzi. Decidió esperar allí a los refuerzos de los generales Vedel y Gobert antes de lanzarse a Sevilla.

Mientras Dupont se tomaba su tiempo en Andújar, los franceses se llevaban sorpresas por todos lados: derrotas en El Bruch y Valencia, aunque lograron sitiar Zaragoza y ganar en Medina de Rioseco, permitiendo que José Bonaparte entrara en Madrid como si fuera una estrella de rock.

El 14 de julio, las tropas españolas, cruzando el Guadalquivir y ocupando las alturas de Andújar, le dieron a Dupont la bienvenida que no esperaba. Vedel, desde Bailén, acudió al rescate, pero tras la derrota de Gobert, volvió a Bailén con la cola entre las piernas. Reding y sus tropas cruzaron el río y derrotaron a Ligier-Belair, mientras Vedel y su tropa agotada se retiraban a Guarromán y Dupont seguía en Andújar, preguntándose dónde estaban las instrucciones de Ikea para salir de ahí.

El 18 de julio, la división de Coupigny cruzó el río y entró en Bailén sin resistencia, separando a los franceses como una telenovela en el clímax. Dupont, con nueve mil hombres y un montón de heridos, decidió marchar a Bailén enfrentándose a Coupigny y Reding al otro lado del río. Al amanecer del 19, Dupont intentó un ataque, pero los españoles lo superaron en número y en ganas de pelea. Un asalto frontal más tarde, Dupont se dio cuenta de que hoy no era su día de suerte. Castaños llegó desde Andújar y la caballería andaluza arremetió contra la retaguardia francesa, provocando una desbandada digna de una película de Monty Python. Cuando la vanguardia de Castaños alcanzó el río Rumblar, Dupont, sin más opciones, pidió la capitulación.

La batalla de Bailén fue todo un espectáculo con dos consecuencias importantes: el recién nombrado rey de España, José Bonaparte, se vio obligado a huir de Madrid como si le persiguieran las deudas y, además, Europa entera descubrió que los franceses no eran tan invencibles como parecían. ¡Qué lección!

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