El asesinato del teniente Castillo y el consiguiente de Calvo Sotelo (12 de Julio)

José del Castillo Sáenz de Tejada, un militar de ideología socialista, se unió al Ejército a los dieciocho años y se graduó como alférez a los veintiuno. En marzo de 1936, ya miembro de la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA), ingresó como teniente en el cuerpo de Guardia de Asalto de Madrid a la edad de treinta y cinco años. El 14 de abril, durante una manifestación de militantes derechistas, los guardias de asalto intervinieron. En los disturbios, uno de los compañeros del teniente Castillo murió y él utilizó su arma, hiriendo gravemente a un joven estudiante carlista. Los manifestantes se abalanzaron sobre él, pero, ayudado por sus compañeros, salvó su vida milagrosamente ese día. Sin embargo, no pudo librarse de las constantes amenazas de muerte de carlistas y falangistas.

Hacia las diez de la noche del 12 de julio, después de cenar con su esposa, el teniente Castillo se dirigió a su trabajo en el cuartel de Pontejos, cerca de la Puerta del Sol. Aún le quedaba un paseo de quince minutos cuando, en la esquina de las calles Augusto Figueroa y Fuencarral, se encontró con un automóvil en el que iban tres o cuatro individuos que le dispararon, hiriéndolo en el brazo y en el costado. Los agresores huyeron disparando al aire para intimidar a los transeúntes. Dos personas recogieron al herido y lo llevaron al hospital, donde no pudieron hacer nada por salvarlo. Poco después, su cuerpo fue trasladado a la Dirección General de Seguridad, donde se instaló su capilla ardiente.

A medianoche, en el cuartel de Pontejos, se reunieron varios miembros de las fuerzas de seguridad, amigos del teniente Castillo, entre ellos el guardia civil Fernando Condés, varios policías y algunos milicianos socialistas. Decidieron acudir al despacho del ministro de la Gobernación, Juan Moles, a quien pidieron permiso para realizar algunas detenciones. Este se los concedió y varios grupos partieron en busca de dirigentes derechistas como José María Gil-Robles y Antonio Goicoechea, a quienes no encontraron en sus domicilios. Entonces, Fernando Condés recordó a José Calvo Sotelo, dirigente monárquico de la coalición Bloque Nacional y exministro de Hacienda durante el Directorio de Miguel Primo de Rivera.

Poco antes de las tres de la madrugada, llegaron a su piso en la calle Velázquez y, delante de su familia, lo sacaron a la calle. A pesar de clamar por su inmunidad parlamentaria, fue detenido. Le dijeron que debían hacerle unas preguntas en la Dirección General de Seguridad, pero nunca llegó allí. Su familia declaró que, poco después de que el vehículo en el que llevaban a Calvo Sotelo arrancara, se escucharon dos disparos. Probablemente, llevado por un arrebato, alguien del grupo apretó el gatillo. La confusión los llevó al cementerio de la Almudena, donde dejaron el cuerpo de Calvo Sotelo, que no fue identificado hasta el mediodía. Alea iacta est. El ruido de sables había estado sonando durante meses, pero estos dos crímenes incrementaron el odio recíproco y aceleraron los acontecimientos. Cuatro días después, el general Mola inició la rebelión militar contra la República, y al día siguiente comenzó una guerra fratricida que duraría casi tres años y cuyas consecuencias se prolongarían cerca de cuarenta años más.

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