18 de Julio de 1936, Golpe militar contra la República

¡Vaya, vaya! Parece que el verano de 1936 en España no iba a ser precisamente un paseo por la playa. ¿Quién necesita vacaciones cuando puedes tener una buena guerra civil, verdad? Todo comenzó con un intercambio de "regalos" entre izquierda y derecha. Porque, ¿qué mejor manera de resolver diferencias políticas que con un par de asesinatos? ¡Brillante!

La noche del 12 de julio de 1936, el teniente José del Castillo, un guardia de asalto y miembro de la Unión Militar Republicana Antifascista, tuvo la mala suerte de cruzarse en el camino de unos derechistas que decidieron que su tiempo en este mundo había llegado a su fin. Como si se tratara de una partida de póker, unas pocas horas después, unos izquierdistas dijeron "yo subo la apuesta" y decidieron que el dirigente de Renovación Española, José Calvo Sotelo, tampoco merecía seguir respirando. Así estaban las cosas, las dos Españas en un tira y afloja de muertes y tensiones, tanto en el Parlamento como en la calle, al punto que el Congreso dijo "¿saben qué? Sigamos con el estado de alarma, a ver qué pasa".

El enfrentamiento entre las dos Españas estaba más cantado que un karaoke de madrugada. La tensión se podía cortar con un cuchillo en todas partes: en el Parlamento, en el Ejército y hasta en la panadería de la esquina. El Congreso, en su infinita sabiduría, decidió prorrogar el estado de alarma, vigente desde mayo. Indalecio Prieto, un socialista moderado con un toque de humor negro, resumió la situación con una frase para la posteridad: «Una cosa es cierta: unos y otros, por estupidez, nos vamos a merecer la catástrofe». ¡Qué optimismo!

El 17 de julio en Melilla, los militares decidieron que era el momento de levantar la cortina y empezar la función, a eso de las cinco de la tarde. En Ceuta, el coronel Yagüe, como buen espectador, se enteró del éxito de la función en Melilla y decidió que era su turno de actuar, declarando el estado de guerra. Mientras tanto, en Tetuán, los regulares ya estaban calentando motores.

En otras partes, la coordinación brillaba por su ausencia, y había más confusión que en una película de David Lynch. El general Franco, sorprendido por la velocidad de los acontecimientos, decidió unirse a la fiesta desde Canarias el 18 de julio, y al día siguiente ya estaba aterrizando en Marruecos, dispuesto a no perderse ni un minuto de la diversión. Mientras tanto, el Gobierno de la República jugaba al "aquí no pasa nada". Emitían comunicados tan precisos y veraces como los pronósticos del tiempo. "Todo bajo control, señores. ¡Aquí no se ha sublevado ni el gato!" Excepto que sí, claro.

Queipo de Llano, enfadado como un niño al que le han quitado su juguete, desmintió al Gobierno en cuanto pudo: «¡Españoles! El Gobierno agonizante, con un cinismo solo comparable a su miedo incontenido, anuncia por la radio la sumisión de todas las fuerzas que han asumido el honroso empeño de salvar a la Patria. Pronto se convencerá ese Gobierno indigno, por propia experiencia, de que el movimiento triunfante en toda España avanza con paso seguro hacia la capital de la República». ¡Toma ya! Al día siguiente, el 19 de julio, Franco se plantó en Tetuán para tomar el mando supremo del golpe militar, mientras Casares Quiroga dimitía como presidente del Gobierno, y Azaña intentaba desesperadamente nombrar a alguien que pudiera negociar con los rebeldes. Pero ya era tarde, y la República se preparaba para una lucha a muerte con la mitad del Ejército y más de la mitad de la Guardia Civil y otros cuerpos de seguridad a su favor.

Los primeros días de la Guerra Civil fueron un caos total. Más de la mitad de la Península seguía fiel a la República, incluidas ciudades como Madrid, donde los primeros combates callejeros comenzaron a desatarse. Así empezaba una de las etapas más sangrientas y confusas de la historia de España, con un país dividido y en guerra consigo mismo. ¡Menuda fiesta!

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