Es curioso cómo algunas canciones trascienden su dimensión artística para convertirse en el reflejo de un momento histórico, en la voz de una época que busca expresarse más allá de lo permitido. Si hay un ejemplo claro de ello en la historia reciente de España, es "Al alba", una composición de Luis Eduardo Aute que, más que una canción, fue el grito ahogado de una sociedad al borde del cambio, al borde del despertar.
"Al alba" es un símbolo de esos tiempos convulsos, los del final del franquismo. Su origen, como ocurre con muchas obras que perduran, está marcado por un acontecimiento trágico: los fusilamientos del 27 de septiembre de 1975. Ese día, a dos meses de la muerte del dictador, cinco personas fueron ejecutadas, tres de ellas pertenecientes al FRAP y dos a ETA. Un acto que se vivió como la última demostración de fuerza de un régimen que, pese a su inminente fin, no estaba dispuesto a ceder ni un ápice de poder. El franquismo, moribundo pero aún letal, quiso con esos fusilamientos dejar claro que seguía controlando el destino de España.
Pero si algo quedó claro tras esas ejecuciones es que ese control era más ilusorio que real. Las críticas no tardaron en llegar, y no solo desde dentro de nuestras fronteras. Las principales capitales del mundo se alzaron en contra de esa demostración brutal de poder. Desde París a Roma, desde Bruselas a Londres, gobiernos, instituciones, ciudadanos, todos expresaron su condena. Incluso el Papa Pablo VI, en un gesto insólito, llamó personalmente a Franco para pedir clemencia por los condenados. La respuesta del dictador fue tan fría como reveladora: no atendió la llamada. Estaba, según se dijo, "descansando". ¿Qué mayor símbolo del final de un régimen que su líder, cansado, refugiado en su alcoba, mientras el mundo clamaba a las puertas?
Es en este contexto donde nace "Al alba". Una canción que, con su tono melancólico y su poética de despedida, expresaba el dolor, la rabia contenida y la esperanza en un futuro diferente. Aute, con su capacidad para envolver el drama en belleza, logró convertir lo que podía haber sido un lamento en un canto a la vida, a la resistencia y al cambio. Aunque la censura de la época impidió que la canción mencionara explícitamente los fusilamientos, la metáfora era clara para quien quisiera entenderla. Era una despedida, sí, pero no solo de las vidas arrebatadas, sino también de un régimen que agonizaba.
"Al alba", entonces, no es solo una canción. Es la historia de un país que despertaba, que pese al miedo, a las represalias, empezaba a ver el horizonte más allá de las sombras de la dictadura. Es la historia de cómo el arte, en su forma más pura, se convierte en el refugio de quienes no pueden gritar abiertamente, pero sí cantar. Y es también el recordatorio de que, por muy oscuros que sean los tiempos, siempre llega el alba.
Hoy, casi cincuenta años después, seguimos escuchando "Al alba" como el eco de una España que, en su día, luchó por abrir los ojos y encontrar su voz. Y tal vez, al hacerlo, recordemos que hay luchas que nunca deben olvidarse, porque son las que nos permiten ser quienes somos hoy.
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