El Guernica regresa a España: un símbolo de resistencia y memoria

A veces, los símbolos de una nación no se forjan solo en los campos de batalla o en las cumbres de la diplomacia, sino en los trazos de un pincel, en el grito mudo de una obra de arte. Así ocurrió con el Guernica, el monumental cuadro de Pablo Picasso que, tras décadas de exilio, regresó a España como un acto de justicia histórica y reivindicación democrática.

La historia del Guernica comienza con el brutal bombardeo de la villa vasca de Guernica el 26 de abril de 1937, un ataque perpetrado por la aviación alemana, bajo las órdenes de Franco, con el siniestro objetivo de probar la efectividad de sus nuevos aviones y armamento. Aquella atrocidad, que dejó un rastro imborrable de muerte y destrucción, resonó en la conciencia de Picasso, quien, desde su exilio en Francia, plasmó en su lienzo el dolor y la desesperación de un pueblo devastado. El Guernica no es solo un cuadro, es un grito universal contra la guerra, una denuncia visceral de la violencia que trasciende el tiempo y las fronteras.

Picasso, comprometido con la causa republicana, capturó en el Guernica la angustia de la guerra: figuras femeninas desesperadas, un soldado caído, animales atrapados en la locura humana. Cada trazo, cada gesto extremo, habla de la tragedia del conflicto, una tragedia que Picasso trasladó a través del cubismo y un expresionismo feroz. La obra, al mismo tiempo moderna y profundamente arraigada en la tradición pictórica española, se convirtió en un alegato por la paz y en un símbolo internacional de la lucha contra la opresión y la barbarie.

Finalizada la Guerra Civil, y fiel al deseo de Picasso de que su obra no regresara a España hasta que el país no fuera una democracia, el Guernica encontró refugio en el MoMA de Nueva York. Con la muerte de Franco en 1975, comenzaron los preparativos para su regreso. No fue un camino fácil. Los primeros intentos se remontan a 1968, impulsados por el régimen franquista que buscaba apropiarse del simbolismo del cuadro, pero Picasso se mantuvo firme en su negativa. Las complicaciones no se limitaron a la diplomacia: en Madrid, los Guerrilleros de Cristo Rey atacaron con ácido una exposición de sus grabados, un hecho que no hizo sino reafirmar la decisión de mantener el cuadro fuera de las fronteras españolas hasta que se cumpliera la condición democrática exigida por su creador.

Fue en 1977 cuando el Congreso de los Diputados votó una resolución para repatriar el Guernica, junto a los restos de Alfonso XIII y Azaña, un acto cargado de simbolismo y voluntad de reconciliación. El regreso del Guernica, sin embargo, no se concretó hasta 1981, tras arduas negociaciones con los herederos de Picasso. Aquel 10 de septiembre, el cuadro aterrizó en Madrid, no solo como una pieza artística, sino como un testigo mudo de la historia reciente de España, un recordatorio de los horrores pasados y una advertencia para las generaciones futuras.

El Guernica es más que una obra de arte; es un espejo en el que España se mira y reconoce sus cicatrices, una lección que nos insta a no olvidar, a no repetir los errores que llevaron a la destrucción y la muerte. Hoy, el cuadro sigue colgado en el Museo Reina Sofía, donde miles de visitantes se detienen frente a él, no solo para admirar la genialidad de Picasso, sino para recordar que la paz es un logro frágil que requiere de la memoria y el compromiso de todos. 

La llegada del Guernica a España fue, y sigue siendo, un acto de justicia histórica. Un retorno que cerró un capítulo oscuro y abrió uno nuevo, en el que la democracia, la libertad y el arte se alzan como los verdaderos triunfadores de una historia de resistencia y dignidad.

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