Melilla: La puerta de África en la historia de España

La historia de Melilla es una de esas que pocos conocen en profundidad, pero que, una vez desentrañada, revela las complejidades de un mundo medieval en el que la religión, el comercio y la geopolítica entrecruzan sus caminos. Una ciudad que, a menudo olvidada por su lejanía, fue crucial en los intereses de la Corona de Castilla, en la defensa de las rutas comerciales y, paradójicamente, en la perpetua lucha contra la piratería en el Mediterráneo.

Los orígenes de Melilla son antiguos, remontándose a los fenicios allá por el siglo VII a.C., pero su verdadera importancia para la historia de España no se consolidaría hasta finales del siglo XV, cuando el duque de Medina-Sidonia, Juan Alonso Pérez de Guzmán, decidió conquistarla. Este personaje, muy vinculado a los Reyes Católicos, fue quien impulsó la toma de la ciudad en 1497, pero no fue suya la fama. No. El verdadero héroe de esta historia, aunque muchas veces relegado a un segundo plano en los libros de texto, es Pedro de Estopiñán, un gaditano con alma de estratega, que materializó esta empresa militar en nombre del ducado.

No pensemos que la toma de Melilla fue una operación militar de gran envergadura o una cruzada religiosa al uso. No. Los motivos para la conquista de esta plaza van mucho más allá de la simple reconquista cristiana. Los Reyes Católicos, ya habiendo culminado la toma de Granada en 1492, se hallaban inmersos en las guerras italianas, preocupados por los movimientos políticos en Europa, más que por una pequeña ciudad fortificada en la costa africana. Sin embargo, el duque de Medina-Sidonia, con sus propios intereses comerciales y militares en juego, vio en Melilla una oportunidad. No era solo una cuestión de fe o poder territorial, sino de proteger las rutas mercantiles hacia el norte de África, donde el comercio con los musulmanes, aunque oficialmente prohibido, seguía siendo una realidad económica ineludible.

Fue en septiembre de 1497 cuando Pedro de Estopiñán, con una flota que había sido aprovisionada con anterioridad, puso rumbo a Melilla. Al llegar, la encontró prácticamente deshabitada y en ruinas, producto de las constantes guerras entre los sultanatos de Fez y Tlemecén, eternos rivales en el control de esa región. El escenario estaba lejos de parecerse a lo que uno esperaría de una conquista gloriosa. Estopiñán no encontró apenas resistencia. En lugar de un gran ejército, lo que se encontró fue una ciudad devastada y abandonada por sus habitantes.

La verdadera conquista de Melilla no fue una batalla de espadas y sangre, sino una de perseverancia y organización. Estopiñán, fiel a su genio militar, entendió que el verdadero desafío no era tomar la ciudad, sino mantenerla. En pocos días, ordenó la reconstrucción de las defensas, reparó las murallas y estableció una guarnición permanente. Si bien la toma inicial de la ciudad fue relativamente sencilla, el verdadero reto llegó después, cuando las fuerzas moras intentaron recuperarla. Melilla, desde aquel 17 de septiembre de 1497, se transformó en un bastión clave para la defensa del sur de la península y del comercio español en el Mediterráneo.

El éxito de Estopiñán no solo se debió a su habilidad para manejar tropas, sino también a su capacidad para anticiparse a los ataques enemigos. Sabía que el control de Melilla era frágil, que los intentos de reconquista serían constantes, y que el verdadero valor de la ciudad residía en su posición estratégica. Y así fue: Melilla, desde ese momento, se convertiría en una ciudad española en África, una especie de frontera que, a lo largo de los siglos, sería punto de fricción, intercambio y resistencia.

El legado de Pedro de Estopiñán es, sin duda, uno que merece mayor reconocimiento. No solo por la conquista de una ciudad que pocos querían o valoraban en su tiempo, sino porque supo verla como lo que era: una llave. La llave que abría las puertas a la influencia de Castilla en el Mediterráneo africano. Hoy, la ciudad de Melilla le rinde homenaje cada 17 de septiembre, pero su historia, como tantas otras, ha quedado oscurecida por el paso del tiempo. Sin embargo, basta con rascar un poco en el pasado para redescubrir a esos hombres que, como Estopiñán, moldearon la historia desde las sombras, con una mezcla de audacia, pragmatismo y visión de futuro.

Así que la próxima vez que oigamos hablar de Melilla, no pensemos solo en una ciudad en la costa africana. Pensemos en lo que representa: la perseverancia de un hombre y la astucia de un reino en un momento en que el mundo se abría a nuevas rutas y oportunidades. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario