Isabel II, la reina que pasó de gobernar un reino a hacerse turista en Francia. Y es que, claro, en el verano de 1868, mientras España estaba en llamas políticas, Isabel estaba más preocupada por sus vacaciones que por el país. Así es, entre Lequeitio y San Sebastián, nuestra querida reina disfrutaba de la brisa del norte sin imaginarse que, en cuestión de días, su reino iba a esfumarse como arena entre los dedos.
La situación no era ninguna sorpresa. Desde que Isabel había ascendido al trono, las cosas no habían sido precisamente estables. Escándalos por aquí, corrupción por allá y algún que otro lío familiar. La guinda del pastel fue su habilidad para rodearse de consejeros que lo hacían peor que ella, como Narváez, que entraba y salía del gobierno como si fuera un juego de sillas. Pero el descontento, que ya llevaba años cocinándose, explotó finalmente con "La Gloriosa". Una revolución con nombre pomposo que básicamente consistió en decir: "¡Hasta aquí hemos llegado!"
Y mientras las ciudades caían una tras otra ante los rebeldes, Isabel, ni corta ni perezosa, pensó en volver a Madrid para poner las cosas en su sitio. Pero, por suerte para ella (y para el caos que habría causado), la convencieron de que mejor no lo hiciera. Porque, sinceramente, ¿qué podía hacer una reina que llevaba más tiempo vacacionando que gobernando? Así que, siguiendo la tradición familiar (porque su padre Fernando VII también había optado por la ruta del exilio cuando las cosas se ponían feas), Isabel agarró su tren en San Sebastián y, el 30 de septiembre de 1868, cruzó la frontera hacia Francia. De reina a expatriada en un suspiro.
Eso sí, Isabel no iba a renunciar a la corona. ¡Ni hablar! Solo porque estaba en el exilio no significaba que dejara de considerarse reina de España. Durante más de treinta años vivió en París como una auténtica "influencer" del siglo XIX, disfrutando de la vida cómoda en su palacio de Basilewski (después "Palacio de Castilla"). Y, por supuesto, financiada por el gobierno español, que no solo la dejó irse, sino que además le mandaba un jugoso subsidio para que no le faltara de nada en su vida parisina.
¿Y el pobre Francisco de Asís, su marido? Bueno, digamos que Isabel también aprovechó para separarse de él. Al final, en 1870, decidió abdicar en su hijo Alfonso, que años después, con la Restauración, volvería para reinar como Alfonso XII. Pero esa ya es otra historia.
En resumen, Isabel II no perdió el trono en una gran batalla ni en una revuelta épica. Simplemente se fue de vacaciones y, cuando quiso darse cuenta, ya no tenía un reino al que volver. ¿Y qué hizo? Pues lo más lógico: instaló su vida en París, lejos del caos español, y disfrutó de los placeres de la vida... con el dinero de todos.
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