Si alguna vez ha habido un artista de la mentira digna de una ovación cerrada, ese es Joan Pujol García, alias Garbo. El espía más embaucador que Europa haya conocido, y no precisamente porque llevara esmoquin y pajarita al estilo James Bond. No, nuestro hombre iba de lo más normalito, y quizás ahí radicaba parte de su encanto. ¿Quién iba a sospechar de un tipo así? Ni los alemanes, eso está claro.
Garbo, como lo bautizaron los británicos, fue la estrella del mayor truco de prestidigitación militar de la Segunda Guerra Mundial. Y no, no se me ofendan los espías de traje impoluto y coches deportivos, pero este barcelonés les dio sopas con hondas a todos. Se inventó, ni más ni menos, que una red de 27 agentes ficticios. ¡Veintisiete! Con biografía, manías, formas de escribir… ¡Hasta les creó estilos literarios diferentes!
Gracias a Garbo, Hitler picó el anzuelo como un pardillo. El Führer, que no era ningún tonto, se tragó el cuento de que la invasión aliada ocurriría en otro lugar y en otro momento. Mientras tanto, las tropas aliadas desembarcaban tranquilamente en Normandía en junio de 1944, y el bueno de Garbo seguía mandando mensajitos a los alemanes para entretenerlos con un festival de información falsa. Lo de este hombre era un arte, y no cualquiera; era un performance de la desinformación en toda regla.
Y ojo, que Pujol no solo fue un espía para los británicos. No, él lo hizo a lo grande: condecorado tanto por los alemanes con la Cruz de Hierro como por los británicos con la Orden del Imperio. Eso es como ganar el Balón de Oro y el Nobel de la Paz el mismo año, pero a lo espía. Menudo crack.
Por si fuera poco, Garbo no trabajaba solo. Tuvo la inestimable ayuda de su esposa, Araceli González, una gallega que tampoco se quedaba corta en astucia. Entre los dos montaron una charada que engañó a medio mundo, y de paso, ayudaron a poner fin a una de las guerras más devastadoras de la historia.
Así que la próxima vez que veáis una película de espías, recordad a este genio que, sin gadgets, sin Aston Martin, pero con mucha imaginación, cambió el curso de la historia desde la sombra. Y lo mejor de todo: hizo que Hitler se tragara una trola de campeonato. ¡Bravo, Garbo!
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